MIÉRCOLES.





Era miércoles y como cada mañana se despertó con los rayos de sol que asomaban por la persiana. Se despegó de las sábanas, se arregló y salió de casa. Lo que no sabía era que aquel sería el último día de su rutina. 
Un ángel de cabellos negros que, aunque pequeñito, estaba dotado de unos enormes ojos oscuros, brillantes, vestidos de noche estrellada. Un perfil griego de labios tímidos y con un lunar en el hombro derecho. Era ella que caminaba sola por la calle principal, hacia el estudio de fotografía en el que hacía sus prácticas.
A diferencia del resto de caminantes, ella iba mirando hacia el cielo, a las ventanas de los edificios... 'El barrio es más bonito desde que tú apareciste'... aquel letrero de colores esbozó una sonrisa en su cara de niña. Adoraba las pequeñas cosas de la vida.


Al otro lado de la calle, amanecían los ojos verdes y las finas manos de él, un chico normal pero con un encanto que despertaba cierto interés, dotado de facilidad de palabra y profundo amante del mundo de los juegos de luz, así como de la fotografía. Soñaba con llegar algún día a vivir a través de los colores, hacer el mundo un poco menos malo, un poco más feliz. Pero de momento se conformaba, todavía tan temprano mientras esperaba el autobús, con hacer sombras en el cristal de la cabina telefónica número 11 de la calle principal. También adoraba los pequeños detalles..































































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